En una banca blanca te encontré y me sofoqué
Me ahogué de tanto haberte esperado
De tanto ir
Y de tanto y tanto que no seguí contestando.


Es posible que me agote de hablar.
De escribir y callar; allá en la tierra de nunca jamás.

Que se perdió la guagua

Que me pica el dedo

Que me fue mal

Que no se q

Que Que

¿Qué?


Desde que sé, no sé hablar. No sé contar.
Sé hacer reír, ilusionar, imaginar, comenzar, preparar, intentar.
Inevitablemente me canso al hablar.


La consistencia provoca
Sin derroche
Con soltura

¿Hablemos mas tarde?





$



Yo me reía de la gente que usaba las tarjetas Bip colgando del cuello (bueno, se siguen viendo ridículos). Y claro, como soy al lote yo tenía mi tarjetita del fabuloso transporte capitalino por ahí no más; en la billetera, en el bolsillo o en la mano… la cosa es que desde que partí a trabajar (rápida y furiosa entrega de comida en bici) recibo sus alocadas monedas de propina. Un día recibí una cariñosa suma de 3 mil pesitos y decidí aportar dicha cantidad a mi cuenta de transantiaguino adulto. La tontera se me perdió. Y aquí me veo, introduciéndolos al tema de mi “falta de orden, el desbarajuste que me provocan las cuentas ($) y la nula importancia que le doy al ahorro”.

Economía: “Viene a solucionar el problema de la escasez” – Dicc. Hernicístico.

En tiempo de vacas raquíticas (momento por el que pasa mi familia), se me ha hecho necesario (según yo) aportar. El punto es que nadie recibe mi ayuda y todos felices igual. Es como cuando el hermano menor habla en la mesa y nadie lo pesca.

Mi hermana mayor siempre ha tenido reacciones entusiastas para con el comercio; vendió stickers en su colegio, aros, cigarros en su U (mercado negro) y ahora último vende habilidosamente ropa usada entre otras cosas (no piratas, of course). La familia entera se ha contagiado con la empresa de vender, vender, vender. De repente es como un pasatiempo, porque mucha plata no remunera, pero de igual forma gotea. El único ente que está ni ahí con vender soy yo, me da lo mismo. Hace como dos años me pasó una caja de chicles para ofrecerlos en mi colegio (para ver si me entraba el bichito). Al principio resultó en mi curso, pero después terminé regalándolos.

En mi gira de estudios pasamos por Pucón, por allí está el casino del hotel del lago. Éramos menores de edad pero igual entramos (incluso jugamos como locos). En una fuimos al baño con unos compañeros y nos encontramos con un caballero, con la cara más feliz que vi en el sur de Chile, que nos dio 10 mil pesos. Se había ganado el billetón recién. Con esa plata canjee las revoltosas fichas para probar suerte. Nunca entendí cómo se jugaba a esas maquinitas y tampoco intenté entender, lo único que hacía era apretar y apretar botones como gil. Había unas señoras de edad bien entusiasmadas y veía que ganaban plata. Así que continúe, y en una me salieron 13 mil pesos en monedas de Cien (comprenderán la cantidad de monedas que salieron). Al otro día canjee monedas en fichas como bruto… así terminé por gastar 14 mil pesos. Negocio redondo jeje.

En primero medio tenía pura cara de guagua (y de gil también, bueno eso no ha cambiado mucho). Cuando existían las micros amarillas yo me iba al final. Un día de esos en que salí temprano y me fui solo, un tipo (correspondiente al perfil lumpen) me echó el ojo. Derechamente me quería asaltar y yo, como acostumbro, andaba con las monedas para la micro solamente. Resulta que no sólo me quería asaltar, sino que me quería contar su triste historia primero. Me hablo de que venía saliendo de la peni, me mostró un tajo mal cicatrizado, de que no podía ver a su hija, en fin. Luego de un rato se acordó de que venía a asaltarme y me dijo: “yo no te vengo a amenzar ni a mostrar un cuschillo, pero te voy a pedir que me dí tu plata”. Me registró la billetera y no tenía nada más que 10 pesos. Se empezaba a enojar y yo con toda la amabilidad del mundo le di lo único que tenía; vitamina c. El asaltante se bajó de la micro, con una sonrisa en la cara, agradeciendo el haber escuchado su trágica vida, y feliz con sus pastillas de vitamina C en la mano.

Otro dato; nunca me regalen chanchitos de greda, o latas diseñadas exclusivamente para ahorrar. Porque ese es el problema “No existe en mi cabeza un registro de tener idea alguna de cómo resistirse a no hacer mil pedazos esas cosas en menos de una semana”.

Resumiendo un poco; en estas historias hay dolor, alegría y dinero. ¿Qué enseñanza sacarás de ellas? Lo ideal sería que aprendieras a no envolverte en negocios con tipos como yo, no ir a casinos con gente parecida a mí y ni pensar en asaltarlos.