En esa nave venían decenas de pasajeros y todos venían con el propósito de molestarme. Una vieja se sentó en mi nariz y otro viejo me meó la boca. Los niños saltaban encima de mis pómulos y creyeron que mis cejas eran una especie de aposento. Revoltosos los terricolas pero tenían vida. Me había comenzado a atraer el contacto con la piel. Tengo recuerdos de que me gustó un ser humano, no recuerdo sexo ni edad... sólo me había enamorado.